jueves, 16 de octubre de 2008

CAPÍTULO II. Las Caravanas

Las caravanas-
Siguiendo el ejemplo de los nómadas árabes que acompañan a la caravana en calidad de guías, nos protegemos; mi madre y yo. Ella con su pañolón la cara, dejando la nariz y los ojos al descubierto. Mi tío usó como bufanda un trozo de túnica hecha a propósito para resguardar el rostro. Yo me encontraba arropado, sobre todo en las zonas del desierto del Sinaí. Totalmente cubierto con lo que me servía a tal fin.
Aseguraban los mercaderes que la arena es capaz de infiltrarse a través de la cáscara de un huevo. En unos momentos freían sobre la arena.
Los caravaneros son mercaderes que pueden presumir de generosidad; muy cordiales y abiertos. Su vida errática y en gran parte solitaria, les pide, cuando tienen ocasión, desfondarse hablando y contando mil maravillas. A mí me entusiasma escucharlas por el camino. Algunas recuerdo todavía.
Esas fantasías no sólo se refieren al país que pisamos, sino de aquellos lejanos territorios de los cuales proceden. La vida allí es muy diferente. Los habitantes de allá, llaman a sus países Afganistán, Armenia, Indo, Sédica, Asiria. Reinos al otro extremo de Mesopotamia encuadrada ésta, entre los ríos Tigris y Eúfrates.
Cuando descansan, ya fuera durante el día o de la noche, aprovechan la ocasión para intercalar opiniones, para comentar detalles del largo viaje: del frío, del calor, del agua y el pan. Se agrupan con el fin de defenderse mejor. Precisan la venia de los reyes de los territorios que atraviesan.
Abonan el canon, no muy oneroso, pues de lo contrario realizan el viaje por otros derroteros más económicos. En realidad lo que más les interesa es la seguridad. Las tropas de los reinos que atraviesan les defienden de los bandidos y nómadas que pululan por los desiertos desolados.
Otro itinerario para llegar a Egipto desciende por toda la costa del mar Rojo para alcanzar el Nilo. Una vez atravesado el desierto arábigo, pasan el río en barca y trafican en la isla Elefantina, del Nilo, donde existe una próspera comunidad jedía.
Algunas veces pagan el impuesto al regreso, con un diezmo de lo recaudado. Las rutas reportan a los países que atraviesan pingües beneficios.
Palestina, es desde tiempos inmemorables, un nudo de rutas comerciales. Tuve la dicha de conocer palmo a palmo, en mi constante peregrinación; instaurando comunas y dando a conocer nuestras enseñanzas.
Procuran los gobernantes tener asegurado el tránsito por las rutas. Fomentan la presencia de mercaderes, que con sus conocimientos y objetos diversos, así como el intercambio de productos, enriquecen el lugar.
Hubo un tiempo en que los productos del Oriente más lejano, llegaban por el Mar Rojo y el golfo de Aqaba, así como las caravanas del desierto con sus camellos y dromedarios, cargados de gran variedad de artículos. Pasan por el control de los gobernantes de Galilea, y, Judá.
El intenso tráfico comercial entre la India y el mundo romano es como tantas veces ocurrió en el transcurso de la historia, vehículo para la propagación de sus culturas, tanto sociales como religiosas entre Oriente y Occidente. De la antigüedad del comerciante da idea el hecho de que ya en la época patriarcal, eran los fenicios los traficantes más importantes de nuestras costas.
De los productos que llevan para comerciar con otros, era uno el aceite de las lámparas: no el de oliva, sino uno que transportan en grandes depósitos de cuero con un fuerte olor. Arde con facilidad. En Gilán mana este aceite de una fuente. Hubo años que, con la intención de mantener el precio, prohibieron la exportación del mismo, sin previa autorización del gobernante. Llegaron a llamarle oro negro.
A mi tío, Yasser, le nombraron, ya en el primer día, servicio de vigilancia. Tuvo que acompañar con otro caravanero, como auxiliar, para practicar. Mi tío nunca tuviera práctica en estos avatares. Por la experiencia adquirida, les inspiró seguridad.
Nuestra mayor esperanza es encontrar un oasis, sufriendo en ocasiones imágenes ilusas de contemplar a lo lejos los palmerales propios de algún Uadi o zona húmeda. Cuando así se lleva a cabo, la alegría es inusitada; significa un pequeño respiro en el camino; se pernocta en sus proximidades, acaparando agua para el resto del trayecto. Un pozo en el desierto es representativo de campamentos de caravanas.
- El agua es la vida; la leche de dromedaria o camella, el alimento: la comida se hace con mijo machacado y leche, -les oí decir-. Todas las noches se procede a ordeñar a las hembras.
- Estos animales son capaces de beber de un golpe el contenido de un pozo, de poca cabida. Engullen con facilidad tres cubos de agua, de un peso aproximado a 50 unidades cada uno. Un tanto por ciento muy elevado con arreglo al peso que tengan. Es de admirar la misteriosa facultad de mantenerse sin beber 10 ó 12 días.
- Son muy resistentes a las fatigas del desierto. Animal ideal para largos trayectos por lugares arenosos que se vean forzados a transitar.
El desierto es maravilloso, pese a sus muchos inconvenientes, al menos eso me parece como fruto de mis pocos años. Sus amplios horizontes hacen que la prepotencia y majestuosidad del Sol saliente por las mañanas, impresione.
- Los egipcios adoraban al majestuoso astro, al que llaman Ra.

Egipto a la vista.
Alcanzamos la frontera egipcia tras arduas noches y días. Yo creo que cuando llegamos allí, yo tenía cerca de siete años. Contrataron los servicios de una marisabidilla; a cambio de un bonito regalo de las riberas del Indo. Nos encaminó con gran destreza hasta los límites nacionales entre el reino de Herodes y el de los antiguos faraones. Pese a ser provincia romana, por disposición del Senado de Roma, siendo emperador, Augusto Octavio, los soldados romanos brillan por su ausencia.

En determinados puntos de la frontera concentraban las legiones y así fueron naciendo poblaciones alrededor de ellas. Ningún soldado romano nos recibió y sí egipcios que nos acogieron con agrado. A mis padres protegían los mercaderes. En previsión ocultaron, para que no fuésemos identificados como israelitas huidos. Donde dividen el camino el grupo, dio por finalizada su asociación comunitaria. Repartieron las posesiones que constituían el común. La vida entre ellos tenía un claro exponente de libertad y participación igualitaria. Se reunieron en asamblea. Se dividieron en dos grupos, confirmando el destino de cada uno. Quien se encamina directamente a través de los lagos Amargos al puerto de Alejandría, donde deben embarcar com los productos que llevan a Roma. El otro marchó por las rutas del desierto del Sinaí, hacia la región de las tribus de los nabateos. Embarcan en el Mar Rojo, y siguen hasta la isla Elefantina en el Nilo.
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Reunidos, meses antes, en nuestra tienda en el campamento instalado cerca de Gaza, Yasser insistía en que yo era descendiente del rey David por línea directa. Me pertenecía el reino de Israel. Siempre le contestaba yo:
- ¿Y eso qué es? ¿Para qué tengo de ser rey?
Me contesta sin titubear:

- Para bien del pueblo de Él.
Así fui creciendo, sin más preocupaciones que las propias de la edad: correr, apoderarme de lo que me gusta y sobre todo encontrar el regazo de mi madre donde me cobija. Vivales, sí que lo era. Pero no tanto como ciertos detractores o mal informados aseguran de mí. Los hubo que levantaron falsos testimonios sobre si destruía con malas artes una alfarería; o si maldije a un niño egipcio, por tirarme el agua de un supuesto hoyo hecho en el suelo, y murió. Otras tantas barbaridades, que mis discípulos y amigos siempre tuvieron por calumnias, o difamaciones cuando partían de un hecho real; pero insignificante.
Apasionado por naturaleza, que considero como un desvío de mi ser. Nunca como un componente de nuestra alma humana. Tan nefasta inclinación para la convivencia con nuestros semejantes, modifiqué con educación, desde la más tierna edad. Lo que advertí estando años más tarde, en la escuela de la comunidad de los esenios en Qumran.
Si me quitaban algo, luchaba desesperadamente, y, ataco si puedo vencer. Es temeridad luchar contra las adversidades. Siempre he rechazado este natural del hombre y de otros seres vivos. Parece ser que transmiten este desvío, de generación en generación. Desde cuando era indispensable luchar por la supervivencia. Considero más sensato evitar males mayores. Es más lógico un razonado comportamiento, yendo al encuentro de lo posible. Imitando a las gentes humildes con su actuación resignada y solidaria.
Cuando atravesamos la península del Sinaí, parcialmente montañosa, pasamos cerca de la llamada, por la tradición, montaña de Dios. En ella Moisés hizo brotar agua, con su vara, dando un golpe en la roca a iniciativa de Yahvé.
Este excelso conductor del pueblo hebreo recibió personalmente las tablas conteniendo las Leyes de Yahvé, su Dios. Dijo Moisés a su pueblo según el Éxodo, 3, 15:
- Dirás así a los hijos de Israel: Yahvé, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envió a vosotros. Este es mi nombre para siempre, éste es mi memorial para todos los siglos.

Los esenios, tenían instalada la comunidad en Hebrón, cerca de la tumba de Abraham, en la caverna de Macela, en el campo de Efrón, éste hijo de Seor, el jeteo, enfrente de Mambré, entonces tierra de Canaán.
Es el campo que Abraham compró a los hijos de Jet: donde le enterraron, y, a su mujer, Sara.
- Abraham con su ganado y sus siervos llegó con su mujer y familia a las tierras de Egipto, al norte, en el lugar donde se instalaron los filisteos.
Habitó como forastero en Guerar: zona costera entre Gaza y el monte Carmelo, donde reinaba Abimelec. Y donde Elías ofreció su sacrificio.

En las arenas del desierto, hice mis primeros signos de letras e imágenes. Delineaba un círculo en los primeros meses. Fui progresando en las figuras de rayas de significado concreto. Llegué a trazar imágenes unidas con cuatro rayas, y posteriormente con tres. Se entretenían los mercaderes en ayudarme en mis dibujos. Sédica es otra nación que mantiene una escritura no alfabética, tan complicada como la del antiguo Egipto.
Mi padre adoptivo, Yasser, se admiraba de los progresos que realizaba. Tenía entonces yo, en perfectas condiciones el oído y la visión, lo cual constituía un signo favorable para el estudio.
No podían considerarme un niño retrasado, nunca lo fui. Antes de los ocho años sabía leer y escribir en demótico, así como algo en arameo y hebreo. Perfeccioné años después en Israel.
En las escuelas egipcias, guiado de la mano de nuestro muy entrañable amigo, Sinuatón, practiqué la escritura sagrada de imágenes. Los escribas graban en tumbas y monumentos importantes. La calidad de mi madurez intelectual, de los sentidos y el movimiento como un joven sano y deseoso de vida. Me facilitó el estudio de lo grabado, que la lectura vino después, como consecuencia de aquello. Seis o siete años tenía cuando empecé a despuntar en la escuela. Más tarde decía, el egipcio, Sinuatón: es la edad apropiada para iniciar el estudio de la lectura y escritura jeroglífica, o sea, de figuraciones. Convenció a mis padres para que me llevaran a la escuela, y, solicitaran mi inscripción.
A los siete años mi madre me dijo: "Ya tienes cuatro muelas". Con los seis tuve los incisivos inferiores y a los ocho los superiores; a los nueve años completé los incisivos laterales. Cuando llegamos de regreso a Israel, a los doce años, ya fui con cuatro molares y los cuatro segundos molares. A los once me salieron los caninos.

Me mantenía bien de salud: Dormía plácidamente, no así Yasser que, por las noches tenía que atisbar las incursiones violentas de los nómadas. A los ataques por sorpresa de bandidos que asaltan caravanas. Mi madre vigila mi sueño. Según comenta, el mercader de la seda, Cheung, cuando íbamos por el Sinaí, dijo a mis padres:
- "Como niño, necesita dormir o permanecer inactivo cerca de once horas diarias. Mantener el periodo de descanso es fundamental para su edad. Las consecuencias se apreciarían pronto".

Por la tarde, mi madre procura acomodarme para que esté a gusto, y me sea provechoso el sueño. Es necesario, decía ella, mantenga la costumbre de dormir. Los niños educan el sueño y se condicionan a la repetición del mismo.
La violencia es innata de toda criatura. En años posteriores, asimilé sin contemplaciones las enseñanzas de falta de violencia. Las mismas que defendía entre otros grandes hombres el faraón egipcio Akhenatón, de nombre oficial Amenofis IV. El indio Buda: fue uno de los hombres más sabios del Oriente.
- Esos primeros cinco años, en la edad de los infantes, son decisivos en el crecimiento, en la época que todos queremos saber del mundo más, para hacerlo todo nuestro, incluso intelectual, -decía con mucho énfasis Ibsalaín, quien comenta con mis padres, la experiencia que él tiene con los niños de la escuela que visita en su país.
Días y noches teníamos intranquilos durante el trayecto por el desierto del Sinaí. Las incursiones de facciones peligrosas rompían la hora del sueño. Las vigilancias de, Yasser, eran penosas y cansaban. Pronto, no obstante, se recuperaba. Hacen en menos tiempo los relevos, con el fin de tener todos más horas para dormir.
Decían a mis padres:
- No se llama Buda, sino Gautama. Nació hace muchos años. Implantó unos precedentes de comportamientos justos en busca de la Verdad. La palabra Buda quiere decir inspirado.
- ¿Qué es la Verdad?, -me atreví a preguntar a los veintidós años, cuando emprendí el camino a Oriente.
- Ves, Joshua, esa es una pregunta capciosa. Si supiéramos dónde esta, y qué es, dejaría de ser la Verdad. Ella sólo significaría el conjunto de acciones nobles, capaces de sentar la felicidad eterna. -; Me señaló mi nuevo amigo Cheung.
- Podemos hacer preguntas viciosas sobre lo que concierne al mundo: su origen, su carácter finito o infinito, eterno o no eterno. Si te contestara a ellas seguro que no te liberaría del sufrimiento.
Otro de los componentes de las caravanas, me afirmó:
- Entonces, ¿cómo puedo llegar a liberarme del sufrimiento? ¿Buda os dejó los medios?

- Buda dijo: donde falta la paz interior, ahí está el sufrimiento.
- Quienes pueden arte enseñanza son los monjes, -dijo otro. Si te decides a seguir con nosotros, tendríamos mucho gusto en presentarte a más de uno.
Silencié, pues no sabía el destino que pronto tenía reservado.
Por el desierto del Sinaí encontramos tamarindos en cuyos frutos ciertos insectos producen una sustancia que al caer al suelo se solidifica como panecillos. Fáciles para tostar, y, comer como hicieron las huestes de Moisés con el célebre Maná de la Biblia. También en nuestras manos contemplamos el liquen del Sinaí, también comestible.

Tardamos en separarnos, pues demoraron bastante la distribución de los bienes que a cada grupo correspondía. Desde su punto de origen cada uno sabía lo que en realidad tenía en propiedad. Fueron adquiriendo artículos merced al trueque que ejercían en el trato comercial mantenido con los pobladores de los territorios por donde pasamos. Originó una comunidad de bienes a distribuir, al final del trayecto.
Mi madre decía precavida:
- Soldados romanos aquí habrá que nos pueden detener.
No tienen los de este pueblo relaciones directas con Herodes Antipas. Nadie nos molestará, -le dijo mi tío. Existe un grupo muy importante de hebreos refugiados a las orillas del Nilo y respetados.
Unos proceden de la época en que un número muy importante de israelitas habitaron en los campos de Egipto de siglos pasados, que se vieron como nosotros obligados a huir y encontrar refugio en otros países. Hay muchos zelota que consiguen evitar ser prisioneros en las escaramuzas que tienen con los romanos. Separados del grupo, se refugian al otro lado de la frontera.
Escuché una conversación bastante morbosa entre mi tío, o padre putativo, y mi madre:
Dijo ella:
- ¿Por qué tu hermano, Judas, no huyó?
- No le fue posible. Ten en cuenta que bajo su responsabilidad y mando tuvo un grupo muy importante de luchadores por la libertad. No pudo dejarlos abandonados. Él fue el último en rendirse, para evitar males mayores a grupos fieles.
Era todo un legítimo descendiente del rey David. Mi padre, Judas, fue el primogénito, el que hereda privilegios que le dan prestancia.
Se lamenta mi madre:
- Triste fin el de Judas. El Señor le tenga en la gloria.
Respondió Yasser:
- Que Él te oiga.

- Hasta cuándo será este periplo, -dijo mi madre.
- Hasta que dejemos de pecar contra Él. Nuestro pueblo se aisló de los dictados de la ley de Moisés. Olvidamos a diario las profecías de nuestros más preclaros profetas. Guían los pasos del pueblo hebreo. Pese a todo, hemos de volver a Palestina, cuando el chico cumpla los doce años. Presentaremos en el Templo como primogénito. Escrito en las Sagradas Escrituras.
- Seis años, largo tiempo, -dijo ella.
- Lo principal es que estemos bien y a salvo el muchacho.
Dijo mi madre bajando la voz, bastante temblorosa:
- ¿Crees que le harían daño?
- Estamos seguros, mujer; pero ten confianza en los designios divinos.
- ¿Sólo por ser hijo de Judas de Gamala?
- Dí mas bien, por ser descendiente del rey David. Antipas tiene mucho interés en eliminar a todos aquellos que puedan atentar contra su reinado, y, descendencia.
Una de las formas de vida que más impresionaron a Yasser, de estos amables mercaderes, fue la comunidad de servicios. Todos participan en la defensa del grupo. Cada cual se obliga a intervenir en la vigilancia y defensa del campamento.

Quedó grabada en mi memoria el nombre de Chagan, sin saber de donde era esta aldea. Tuve constancia fehaciente de su ubicación en el mundo.
En aquellos años la veía como la ciudad ideal, por las preciosas reliquias que portan los mercaderes. A mi madre le entusiasma ver desembalar los jarrones. A mí los muñequitos de jade.
Prestaba atención a la forma que cocinan los de Sédica. La comida que preparan es muy sabrosa y de una variedad sorprendente, con artículos de la zona por donde pasamos. Verdaderos milagros con las salsas aliñadas.
De Buda hablan sin cesar, muchos de esos viajeros. Mis padres no tenían idea de tal personaje. Fue de tal intensidad el conocimiento que adquirían de esos seguidores de las doctrinas del gran profeta que, al fin llegaron a admirarle. Quedaron grabadas en mi mente, -la cual nacía inmaculada de entendimiento y razón- sensatas doctrinas budistas. Mezclan en perfecta simbiosis las del hinduismo; al parecer de amplio seguimiento en el país del cual proceden. De países bañados por las aguas de un río de mayor envergadura, que nuestro Jordán. Comprobé no tardando muchos años.
Al tiempo que hablan, divulgan las doctrinas que tienen por sagradas. Buda renunció a sus muchos bienes. Al bienestar, y, dicha en compañía de su esposa, hijo y padres. Desistió de sus posesiones para entregarse a los demás y encontrar la forma de dominar el deseo y el dolor.
A solas, al calor del recogimiento nocturno de nuestro hogar, sin techo ni paredes, al aire libre de la noche del desierto, comentan en hebreo, que también ellos conocen la verdad del judaísmo.
- ÉL rige nuestros destinos, -dijo Yasser- y a Él tenemos de ser fieles, bajo pena de ser castigados severamente, en igual medida al pecado cometido.
Preparan los caravaneros, así como los árabes contratados, una estupenda bebida con agua bien caliente y unas hierbas que echan en la misma y se toma a sorbos.
Las pocas mujeres que hay en la caravana se agrupan alrededor de mi madre. Una jovencita endeble, ingenua y desconocedora de estos avatares. Es la que más necesita apoyo en la dura marcha. Mi madre, pese a ser fiel seguidora de la Tora, estableció buena amistad con la samaritana. Olvida los odios del pasado; los cuales, siguen en Palestina atizando los saduceos, los fariseos, y, esenios.
Con diligencia le facilitó unos calzones para que me los pusiera y preservara mis partes.
Entre nosotros hay un mercader romano, quien lleva buen número de artículos para embarcar en Alejandría. En su comitiva van cuatro siervos, mi tío llamó esclavos.
Ya en el Sinaí se aprecia el desmenuzamiento de las rocas, por su parte inferior, que al decir de los mercaderes producían fantasmagóricas formas. Algunas como hongos colosales y otras, picos enormes. Sobre los cuales me decían mis padres:
- Joshua, allá al fondo, en aquellas alturas que observas, el Señor entregó a Moisés, el Decálogo.
- ¡Ah, bien! -Pensaba yo, sin comentarios.
Contemplamos restos de árboles petrificados, de una longitud inusitada. Cosa diabólica nos parecía la creación de aquellos trozos de rocas simulando árboles, por desconocer el cómo y el cuándo de su colocación en el desierto.
Comimos la rica miel silvestre. Según Chuang, la sustancia dulce que posee favorece el crecimiento muscular. Las langostas comestibles de los desiertos, no emigran. Tienen un enorme poder reproductor en su vida sedentaria. Su carne aporta productos favorables para nuestro sustento.
Las langostas emigrantes no paran en los lugares calurosos, como en los desiertos arábigo y del Sinaí, o como Egipto. Son arrastradas por los vientos fuertes del sur. En bandadas, por lugares templados, arrasan toda vegetación que encuentren a su paso, para su alimentación.
Resinas olorosas, masticables, del árbol bíblico. Las aves que, en grandes grupos surcan los cielos, eran fáciles de cazar. En bosques de grandes elevaciones calcáreas teníamos a nuestro paso los frutos de los árboles.
Saborear el fruto tan exquisito y los líquenes del desierto, era una delicia. Competían formando parte del maná de los dioses. Se arrancan de noche, y días después brotan con tanta lucidez como antes. Cocinados como panes constituyen un alimento bastante completo.
Todo estos bienes fortalecieron mi cuerpo; mis conocimientos se fueron incrementando con las lecciones magistrales de Ibsalaín; la bondad de los lamas. Las palabras oídas a los comerciantes de varios países. Sobre todo, la paz que disfrutaban mis padres.
La huida de Galilea, y los meses caminando por territorios desolados, desérticos, tenebrosos, e infectados, ayudaron a mi desarrollo mental. Mi crecimiento físico fue, por lo visto, en aumento, en lugar de retrasar. Los campos de animales venenosos y fieras, y con un sol abrasador. El trato con los mercaderes alimentó mi espíritu. Fue maravilloso y buena nota tomamos de su promesa. Con los años tuve ocasión de volver a verlos; no a todos, que en el camino muchos quedaron.
La unión que mi tío llevó a cabo con mi madre, a la cual entró, con esponsales. Bendecidos por el cielo y la tierra, en el amplio espacio del desierto del Sinaí: Abajo nosotros, y las estrellas con sus guiños arriba. Una brilla constante todas las noches en el amplio firmamento azul, en compañía de los buenos mercaderes, bajo cuya protección encontramos cobijo.
Bendición obtenida por mí, cuyo cariño hacia Yasser se transformó en verdadera adoración como padre. Jamás puso su mano sobre mí, ni a mi madre: motivos di; pero siempre encontré en ellos complicidad en mis trastadas de juventud.
Trastadas que en una ocasión llegaron al colmo y no comprendo como entonces no les impulsó a darme una buena azotaina.
Yasser de natural muy cariñoso, pacífico en extremo, todo lo contrario de mi padre Judas ben Jacob, según mi madre.
No sólo conmigo, sino con mi madre y los niños de la vecindad, que le tenían mucho cariño. Yasser es natural de Corazoín, en tanto mi padre nació en Kefar Nahum, como yo.
De mi madre, ¡qué voy decir! Para mi no tiene defectos; es ella todo amor, dulzura y protección, en cuyo regazo tantas veces me cobijé. Pero, no es que lo fuera por ser mi madre: Es un alma angelical a sus dieciocho años, sin más mundo que el horror de las torturas y el contemplado por los desiertos, en nuestro camino hacia Egipto. A los trece años me dio a luz a los nueve meses de haberse casado con mi padre Judas de Gamala.
Durante el viaje, camino de Egipto, mi madre siempre estuvo atenta de mí y de mi tío. Le llamé padre desde el instante que entró a mi madre. Jamás la oí comentario alguno que, denigrara a mujer conocida o persona alguna.
Siempre tuvo un motivo, que justificara el comportamiento de sus vecinas y conocidas. Si alguna pecó, encuentra una disculpa, motivada por la sociedad en que vivimos, de espaldas a las leyes de Él.
Ibsalaín, oriundo de Bactria, del reino de Sâkiya, a medio camino entre Mesopotamia y el país de la seda, me dijo una noche de descanso en el oasis, del Sinaí:
- Muchacho, la mente constituye el sexto sentido de nuestro cuerpo. Su objeto son las ideas.
El nombre de su ciudad, no sé si me dijo Buddhagaya o Kusinârâ o Vesâli. Me habló de ellas cuando me distrajo contándome historias basadas en los sensatos pronunciamientos de Buda.
- En sánscrito, -me decía- se llama udâna.
Yasser le informó:
- En Erezt Israel, se llaman parábolas.
Refiriéndose a él, me dijo que era "upâsaka" o sea, devoto laico, y que su mujer "upâsika", devota laica.
Yasser preguntó a Ibsalaín:
- Y los sacerdotes de esa religión, ¿cómo se llaman?
- Bhikkhus, los monjes budistas y bhikkunis, las monjas.
Me agrada verle como se sienta sobre las piernas dobladas.
Repitiendo muchas veces para que le comprenda bien, dijo:
- Me siento en el suelo con las piernas cruzadas, "pallanka". En yoga se llama esta forma de posicionarse para adorar: "padmâsana". Es la forma como los monjes y devotos budistas realizamos ejercicios espirituales.

Con el cuerpo erguido, concentrados sobre nuestro interior.
Pidió hiciera yo lo mismo: Cruzara las piernas, me sentara, con el cuerpo enderezado, concentrara mi mente sobre alguna idea, objeto, pensamiento o persona. Me enseñó a meditar, sometiéndome a estar silencioso un gran momento. A sostener profundamente la respiración. A eliminar ciertos deseos malos y pensamientos inmundos. Limitando los buenos deseos, a estar satisfecho del mundo. Aislándome del entorno en que me encontraba.
Desaparecen todas las dudas del brahmán que medita con fervor. Descubre, que todo tiene una causa.
- Los muchos días en su compañía, con las caravanas, aproveché mucho; y muy bien, en el aprendizaje de algunas palabras sánscritas o palis.
En particular me instruyó bastante bien en la forma de concentrar mi mente.
Me aconsejaba evitara malas compañías. Me empeñara en alcanzar el bien y la verdad. Repetía mucho, practicara la meditación.
El samaritano me leyó en arameo párrafos del maestro judío Hil-lel, quien enseñaba a mantener la bondad y el amor al prójimo. Del que nunca insinuaron fuera un mesías, porque su noble carácter, no encajaba en el de un general en armas, dispuesto a emular a los macabeos. No encaja su carácter con la violencia propia de un salvador armado. Murió el décimo año de mi nacimiento.
Ese pensamiento y el personaje que lo sustentaba quedaron clavados en mi memoria. Procuré dedicarme al estudio de esas enseñanzas, con la ayuda del egipcio Sinuatón.
Estos ejercicios, que como juegos a mi edad infantil realicé, me instruyeron mucho.
Lo que repetía mi maestro en teología budista, cuando se dirigía a otro compañero, a Yasser o personas mayores: la palabra "bhagavant", señor en lengua pali o sánscrita. De aspecto rudo, de alma tierna. Manos callosas de haber trabajado mucho, raspan cariñosamente cuando las pasa por mi pelo. Inteligente, sin duda, recibió cultura sabiendo escuchar a los demás. Formó parte de la caravana, cuando los mercaderes de la seda le propusieron ir con ellos en el grupo que tenían intención de llegar a Alejandría, con mercancías. Aceptó y no tuvo más que dos días para formar su patrimonio viajero con verdaderas maravillas del país del Indo, primorosamente trabajadas.
Tenía un gran interés en enseñarme costumbres de su país. Me enseña cómo a los niños de mi edad, jugando con la arena que nos servía de soporte de figuras muy simples, y contándome historietas de su país.
Procuró acercarse a mi tío y con él conversar sobre diversos aspectos de la vida en su país. Yasser evita entablar discusiones sobre religiones. No quiere saber nada de los paganos, Por los ídolos que adoran, causantes de tantos males al pueblo hebreo.
Ibsalaín conocía el arameo.
Enseña palabra de Buda.

- Voy a contarte, muchacho, una de las narraciones que en mi tierra repiten. Referente a los tiempos y vida de Buda, a sus palabras y doctrina. Hablaré de un proverbio de Buda.
- ¿Quién es Buda?, -le pregunté yo.
- Le conocerás a través de la narración que te haga, -y continuó:
- Sakka es uno de los nombres que en sánscrito damos los indios a Idra, el dios más importante de la religión antigua de la India.
- Acaso la budista, -digo yo.
- No, Joshua, no es la budista, sino otra anterior. Te ruego prestes atención y no me interrumpas. Este, Idra, vio al venerable Mahâkassapa llegar a la ciudad de Râjaga a pedir limosna acercándose a él. Tras saludarle con las palmas de las manos unidas, -añjali- le invitó a tomar arroz cocido.
- Así, Ibsalaín, -digo colocando las manos como me enseñó con anterioridad.
- ¡Déjame, déjame! Tomándole la escudilla la llenó de arroz cocido, condimentado con especias, y con varias salsas de sabores tan deliciosos que le hizo exclamar al monje budista:
- ¿Quién es ese ser que tiene semejante poder mágico? -al comprobar lo extraordinario del servicio.
- ¿Será Sakk?, -pensó el bhikku, el señor de los dioses. Con el mayor atrevimiento, el bhikku Kassapa dijo:
- ¡Oh, Indra! (nuevo nombre de Sakka) ¿tú has hecho esto? No vuelvas hacer algo semejante.
Contestó el dios Sakka:
- Nosotros también, oh, señor Kassapa, tenemos necesidad de hacer méritos.
Buda atento al sentido del suceso, emitió el siguiente juicio:
- Los dioses envidian al bhikku, que vive sólo de limosna. Se sostiene a sí mismo, que, no alimenta a otros: sereno y siempre atento.
Por el silencio que mantuvo Yasser, adiviné que no le convencía mucho lo oído de Ibsalaín. Una de las anécdotas que recuerdo de estos viajes por los desiertos, se refiere a la comida. Tenían prohibido llevar carne de cerdo por el desierto porque se corrompe rápidamente. Quizá es el motivo, y así me asegura Yasser. Moisés desechó al cerdo como animal impuro, y los árabes también lo tiene así calificado. A Cheung, le gusta mucho, asegurando que en su territorio es muy apetecido por las familias.
Al salir de Persia procuró, -por recomendación de los más experimentados en estos viajes- no llevara consigo embutidos de esta carne. Posible hostilidad de los autóctonos de Palestina y Egipto, y de los que constituíamos la caravana.
Nos dirigimos con el primer grupo hacia Alejandría
A cada paso admiro ensimismado, de lo que mis ojos contemplan: Grandes construcciones y canalizaciones que cruzamos en nuestro camino. Mis padres también se entusiasmaban, en particular, por la seguridad de estar en territorio donde no se veía ni un esbirro de Herodes Antipas, que pudiera perseguirnos.
Herodes Arquelao, el más sanguinario con los judíos, fue depuesto de su cargo a los diez años de su gobierno. Antipas duró cuarenta años, lo que indica que su comportamiento fue más suave con los hebreos.
Se fue apoderando de nosotros una confianza, que aun cuando en ello radica el peligro, dan mucha moral a mis padres. Se les veía más alegres que en el territorio de Galilea.
Pocos pobladores nos encontramos a nuestro paso. Los guías de la caravana conocen a la perfección el terreno que pisan. Nos cruzamos con policías egipcios; en su mayoría gentes del sur con largos palos; al cinto armas y acompañados de perros feroces. Vigilan las rutas apenas conocidas, y, peligrosas del desierto arábigo. Los orientales comentaron la necesidad de que nos mantuviéramos atentos y vigilantes. Hay que evitar sorpresas, de correrías rápidas e imprevistas: bandidos. Criminales refugiados en la soledad de los amplios espacios azotados por el viento.
Una red viaria con estaciones de descanso y pozos de agua construyeron los faraones, -decían los experimentados viajeros- aprovechando los torrentes, y lechos secos de antiguos cursos de agua. Favorecía el transporte de minerales principalmente de oro, desde Nubia. Los caminos que seguimos, al borde del río, están hechos con la tierra extraída para la construcción de canales. Tierra batida y pisoteada, no sólo por los campesinos de las riberas del Nilo. También por quienes en carruajes van a inspeccionar las propiedades. Transforman estos caminos en carreteras para el tránsito de caravanas y transeúntes.
Ya dentro del país del Nilo, nuestro borrico se engreía. Ya no era el animal minimizado, atosigado por la majestuosidad de los dromedarios. Por la elegancia de los caballos; por la ruda grandeza de los asnos que componían la caravana. Manifestaba su alegría rebuznando a los de su misma familia. Atrás quedaron los asnos tan grandes a los que consideraba de otra especie equina.
Ya alejados de Palestina, recordaban mi madre y mi tío Yasser los territorios que se vieron rozados transitar ar evitar encuentros con los romanos, aún peores con los esbirros del Sanedrín. Pasamos por Galilea, Idumea, lugar situado en las costas del Mar Grande, que llamaban Samaria, enemigos de Judea, cuyos habitantes llamados judíos, nos ee llevaban buen estos con los samaritanos. Con infinita nostalgia mi tío bendecía los campos fructíferos de Galilea, reino. Me decía que allí teníamos viñedos con hermosos racimos de uvas, olivos donde se conseguía aceite. Huerto con suficiente agua.

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